A fines del siglo XVI vino de la mano de misioneros jesuitas, franciscanos y mercedarios cuyo trabajo evangelizador no sólo se dirigía a los colonos españoles sino también a los nativos, regando muchos de ellos con su propia sangre la semilla de la Palabra divina.
Una vez hecha la primera evangelización, le tocó organizar y consolidar la vida eclesial de esos fieles al segundo obispo del Tucumán, el ilustre Mons. Fernando de Trejo y Sanabria, sucesor del conocidísimo Fray Francisco de Victoria, que se hizo cargo de su sede episcopal de Santiago del Estero en el 1596. Este gran obispo que se dedicó con esmerado empeño a atender su extensa diócesis que abarcaba Tarija, Jujuy, Salta, Catamarca, Tucumán, Santiago del Estero, La Rioja, San Juan, Córdoba, San Luis y Mendoza, para que la feligresía que residía en estas tierras catamarqueñas gozara de una mejor atención pastoral, creó los primeros territorios eclesiásticos llamados en aquel entonces Curatos. Así dotó al territorio catamarqueño de tres Curatos con sus respectivos sacerdotes: el del Valle, que abarcaba todo el Valle central, Ambato y Paclín, el de Londres, que se extendía por todo el Oeste y el de Maquijata que comprendía todo el Este y parte de Santiago.
Hacia el 1620 el Señor hizo manifiesta la presencia maternal de la Virgen Madre de Cristo con el hallazgo de la imagen de la pura y limpia Concepción, la cual poco a poco, fue adquiriendo el nombre de Virgen del Valle. Esta particular manifestación de la presencia y protección de la Santísima Virgen entre los habitantes del Valle fue decisiva para la formación de nuestra Iglesia y también para la fundación de Catamarca. La devoción a la Virgen del Valle reconocida como Madre y esperanza nuestra comenzó a centrar nuestra vida eclesial, concitó la adhesión filial de los cristianos del Noroeste Argentino y de otras latitudes y contribuyó en gran manera a la identidad de nuestra Provincia.
Durante las calendas del 1700 aquellos que habían traído por primera vez el Evangelio a estas tierras se preocuparon por fijar residencia. La comunidad eclesial se vio enriquecida por la presencia de franciscanos, jesuitas y mercedarios que no tan sólo se dedicaron al progreso de la vida espiritual de los fieles sino que pusieron un especial énfasis en la tarea educativa ofreciendo la enseñanza primaria y secundaria.
En este período fueron creadas la Parroquias de la Inmaculada Concepción en el Departamento de el Alto, y de la Inmaculada Concepción en el Departamento de Ancasti.
Antes de concluir esa centuria, la generosa iniciativa de algunas cristianas daría a luz una especie de internado para niñas y jóvenes huérfanas y de familias nobles en el que se le proporcionaba educación cristiana y rudimentos de enseñanza primaria. El obispo del Tucumán por ese entonces, Mons. San Alberto en su visita pastoral confirmó esta obra y realizó los trámites pertinentes para que esa pequeña comunidad formativa llegara ser el primer Colegio para niñas que sería regenteado por la hermanas carmelitas. Lo cual se concretaría la primera década del siglo siguiente.
En el siglo XIX algunos acontecimientos de envergadura histórica le exigieron a la Iglesia peregrina en Catamarca un nuevo tipo de compromiso con la sociedad. Por un lado, lo propiamente eclesial: la Diócesis del Tucumán a la que pertenecíamos de desmembró y nuestra comunidad eclesial empezó a depender del Obispado de Salta, y por otro, el nacimiento y organización de la Nación y la autonomía y la organización de nuestra Provincia. En la nueva situación eclesiástica se produjeron algunos cambios en el gobierno pastoral de estas tierras y los que se produjeron en el régimen político, significaron para nuestra comunidad eclesial desafíos que no podía ni debía eludir y en los cuales se involucró con tan evangélico equilibrio que su finalidad religiosa no quedó disminuida ni mancillada. En efecto, el proceso que culminó en la Independencia nacional, la posterior declaración de la autonomía provincial y la consolidación de la Nación, fijada en sus líneas fundamentales con la promulgación de nuestra Carta Magna, tuvieron en nuestra Iglesia, tanto pastores como fieles laicos, generosos y decididos protagonistas.¿Cómo no recordar en este momento a Olmos de Aguilera, a los sacerdotes Manuel Acevedo, Eusebio Colombres, Alejandrino Zenteno y al insigne Fray Mamerto Esquiú?
Ciertamente párrafo especial requiere la memoria del Gran Fraile Catamarqueño que camina hacia los altares. Fue una lumbrera para su época. Todo de Dios y todo para los hombres. Su pertenencia a Dios la vivió en el Carisma de San Francisco de Asís: oración, pobreza, austeridad, obediencia, servicio incansable a la Iglesia que tuvo su corona en su condición de Pastor de la Diócesis de Córdoba, de la que lamentablemente, pocas veces se hace referencia.
Su solidaridad para con sus hermanos lo empujó involucrarse activamente en los momentos duros y sombríos de nuestra Patria: orador de la Constitución, vicepresidente de la Segunda Convención Constituyente que dictó la segunda Constitución de Catamarca, diputado provincial, consejero del Gobierno. Con su vida, con su palabra, con sus obras, echó luz sobre la Iglesia y sobre la Nación. Nos mostró que la condición de cristiano y la de ciudadano son inseparables. Es un punto de referencia seguro de nuestro Centenario, para renovar nuestra Iglesia, deberá serlo del Bicentenario, para renovar nuestra Patria.
Esta participación activa en la construcción política tanto de Nuestra Patria Grande como de nuestra Patria Chica no significó para la comunidad eclesial un empobrecimiento de su tarea propiamente pastoral. Al contrario, pues, en este siglo se crearon ocho parroquias que abarcaban el territorio de ocho departamentos ( Ambato, Capayán, Piedra Blanca, Paclín, La Paz, Andalgalá, Saujil, Tinogasta) lo cual significó una mejor atención espiritual de los fieles por sus respectivos párrocos.
Más aún, nuestra Comunidad se vio enriquecida con la llegada de las hermanas carmelitas, las del Buen Pastor y las del Huerto quienes se dedicaron a la promoción educativa de la mujer y de las cuales nuestra Iglesia y la comunidad civil han recibido cuantiosos frutos.
Por último, el culto a la Madre del Valle afianzó su raíces y difusión, y el reconocimiento filial de su presencia protectora se expresó en la construcción del Santuario concluida en 1875, en la renovación del Juramento como Patrona de toda la Provincia de Catamarca en 1888 y en la Coronación Pontificia de la Sagrada Imagen que se llevó a cabo el 12 Abril de 1891.
Tres días después, el 15 de Abril era bendecido el edificio del Seminario que al mes siguiente comenzaría a funcionar conducido por los Padres lourdistas venidos desde Francia.¿ Cómo no mencionar en este párrafo al Vicario José Facundo Segura a quién la Providencia Divina puso al frente para promover y llevar a cabo todas estas obras?
Con la presencia del Santuario de la Virgen del Valle y su imagen coronada, con el inicio de la formación de sacerdotes en un Seminario propio y una feligresía cada vez más numerosa y organizada, la Iglesia en Catamarca fue tomando fisonomía e identidad propias. La semilla del evangelio que había sido plantada varios siglos atrás había dado sus frutos. La comunidad eclesial catamarqueña ya se hallaba en condiciones de moverse por sí misma. Sólo le faltaba tener un Obispo como pastor propio para convertirse en una Iglesia particular, es decir, en una Diócesis. La centuria concluiría con este anhelo en el corazón de muchos hijos de la Iglesia.
Antes de concluir la primera década del siglo XX, se crea la Parroquia de Santa Rosa de Lima en el Departamento homónimo, y en 1907, se inaugura en Belén el Santuario de Nuestra Señora de Belén donde se venera la imagen homónima de la de la Virgen que desde Diciembre de 1681 fue declarada Reina y Patrona de todo el Departamento. Fue este el primer Santuario de nuestra Provincia. Nos encontramos pues en la centuria de ese acontecimiento que llena de júbilo a toda nuestra Iglesia.
El deseo de constituir una Iglesia particular con un territorio eclesiástico determinado y de tener un obispo como pastor propio de los fieles catamarqueños fue asumido por el Congreso de la Nación en la promulgación de la ley Nº 6.771 del año 1909. El Gobierno de la República Argentina en nombre propio y en el de los fieles elevó al Santo Padre Pío Décimo los votos para que se erigiera la Diócesis de Catamarca y el mismo Pontífice dando curso favorable a la petición, decretó y declaró erigida la Nueva Diócesis de Catamarca mediante la Bula Soliccitudine del 5 de Febrero de 1910, designando como Obispo a Mons. Bernabé Piedrabuena, quien se hizo cargo de la misma el 20 de Abril de 1911. A partir de ahí comenzó nuestra vida e historia como Iglesia particular de Catamarca; ese fue el inicio del Centenario que nos disponemos a celebrar.
Mons. Bernabé Piedrabuena ( 1911-1923)
El Primer Obispo, Mons. Bernabé Piedrabuena, condujo los primeros trece años de vida de nuestra Diócesis. Fue su primera preocupación conocer al pueblo a él encomendado, compartir sus necesidades y sus reclamos espirituales y materiales. Esto lo movió a recorrer incasablemente su extensa diócesis, sosteniendo y confirmando el trabajo de los sacerdotes y la fe de la gente. Testigo de la pobreza, especialmente de la poblaciones del interior, hizo oír sus voz ante las autoridades nacionales para hacerle conocer esta realidad y pedir soluciones.
Otra dimensión en la que puso su corazón y sus desvelos fue el sostenimiento del Seminario para lo cual no dudo en golpear cuanta puerta pudo y en invertir todos los recursos a mano. Allí se formaban los sacerdotes no tan sólo para Catamarca sino también para Salta, Santiago del Estero y Tucumán. Se suma también a sus intereses la educación de los niños y jóvenes. Y su insistencia en la educación moral de las generaciones especialmente en el aporte que a este aspecto hace la enseñanza religiosa, logra que esta asignatura no sea apartada de las escuelas a pesar de la ley 1420.
Fue en este período en que los Padre Claretianos, llegados a estas tierras en 1903, recibieron un gran espaldarazo del primer Obispo que se concretó en la gran ayuda que les dio para la terminación del templo dedicado al Inmaculado Corazón de María.
Por último, no puedo dejar de destacar el celo con que este Obispo promovió el culto a la Madre del Valle que se manifestó de modo ostensible en la celebración solemne del XXV aniversario de su coronación en el 1916 para la cual el Papa Benedicto XV envió un delegado suyo el que llegó con una gran comitiva de Obispos que fueron recibido por más de veinte mil personas.
Mons. Inocencio Dávila y Matos (1927-1930)
Oriundo del interior de Córdoba. A pesar de la brevedad su episcopado dejó huellas en la vida diocesana. El santuario de la Virgen, hecho Catedral por el Papa San Pio X al crear la Diócesis, no contaba con el Cabildo Eclesiástico que era una organismo compuesto de sacerdotes que se encargaba de dar solemnidad al Culto catedralicio y de ayudar al Obispo en el gobierno de la Diócesis. Su aporte específico al culto mariano y a la organización de la vida pastoral fue la creación de este organismo.
Es de destacar el decreto del Obispo en 1929 por el que autoriza a los Canónigo a celebrar la Misa dos veces en el día para que pudiesen ofrecer su servicio sacerdotal al Regimiento de Infantería, al Servicio penitenciario carcelario, a la Sala Cuna y al Asilo Esquiú para mendigos. Para poder mejor conocer a su diócesis hizo un relevamiento de las parroquias y las congregaciones religiosas y puso en marcha las visitas pastorales a todas ellas, las que ordenaba preparar con una misión.
Lo Padres Claretianos mantenían una escuela nocturna para obreros, los Franciscanos sostenían el Colegio Quintana, un Asilo de Ancianos y otro de Niños Huérfanos, una Biblioteca Popular; la Hermanas del Huerto además del Colegio primario llevan adelante una Academia de música, corte y confección, artes gráficas y la atención del Hospital San Juan bautista; la Religiosas Carmelitas tienen colegio primario y pensionistas; las religiosas del Buen Pastor se encargan de la cárcel de mujeres procurándoles asistencia espiritual y la formación en un oficio y las Hermanas Franciscanas dirigen una Hogar para niñas huérfanas y son enfermeras a domicilio de día y de noche. En esa época llegan a nuestra comunidad eclesial las Hermanas de Cristo Rey que se dedicaron a la atención de la niñez necesitada, a la catequesis y a la educación.
Su preocupación por la comunicación, información y formación de los fieles lo movió a crear el Boletín Eclesiástico mediante el cual se ofrecía al clero y al pueblo los documentos de la Santa Sede, los decretos y notas del Obispo, la publicación sobre ciencia, prácticas de la Iglesia. Era publicado mensualmente y estaban obligados a adquirirlo todas la parroquias, instituciones y sacerdotes. En esta línea fundó el periódico católico El Porvenir que funcionaba en talleres propios y que luego se convertiría en el Diario La Unión.
En la lista de sus preocupaciones también estuvo el Seminario que tuvo que organizarlo con el Clero diocesano ante la partida de los padres lourdistas que lo tuvieron a cargo desde su creación. Fue en ese entonces que logró la residencia de la hermanas de la Virgen Niña que se dedicaría a la atención y alimentación de los seminaristas y posteriormente a la educación de las niñas, y la incorporación de las Hermanas de Cristo Rey que se dedicaron a la atención de la niñez necesitada, a la catequesis y a la educación.
Hasta la designación del Nuevo Obispo que se llevaría a cabo en Diciembre de 1932, estuvo al frente de la Diócesis el Pbro. Mons. Julio Arnedo. En este período se dieron dos acontecimientos que marcarían a fuego la vida y la acción de nuestra Iglesia de Catamarca: por un lado la creación de la Acción Católica y por otro, la creación del Seminario Regional.
En Marzo de 1932 los Obispos de Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Mons. Arnedo como Vicario Capitular de Catamarca suscriben la creación del Seminario Mayor Regional del Norte y contratan para regentearlo a la Congregación del Verbo Divino de reconocida fama por su preparación científica y por la calidad de su sacerdotes. Desde entonces y desde su Seminario, la Diócesis de Catamarca se convertirá en una faro que alumbrará a todo el Noroeste Argentino no tan sólo en lo espiritual sino también en lo cultural.
Mons. Vicente Peira (1932-1934)
En Octubre de 1932 es designado nuevo Obispo de Catamarca Mons. Vicente Peira, nacido en Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires, haciéndose cargo en Enero de 1933 hasta su muerte en Marzo de 1934. Su perfil quedó de manifiesto en su misma toma de posesión cuando después de la celebración fue a visitar a los presos en la cárcel y a los enfermos en el hospital. Esta visita fue el preludio de las que haría a cada una de las parroquias.
Conocedor del gran poder de formación que tiene la prensa escrita le dedicó mucho de su esfuerzo para que le sirviera de instrumento de evangelización de sus feligreses. Su sensibilidad por la necesidades de la gente en cuanto a la formación de sus conciencias para poder responder a la ideologías socialista y liberal que arrasaban con todo lo movió a escribir una extensa carta pastoral en la muestra los males y contradicciones de esta corrientes. Denuncia con toda valentía las injusticias, incluso las que se dan en la Patria, consecuencias de la negación de la autoridad divina. Y propone al Clero y a los fieles un programa para responder a estos desafíos: la santificación del Clero que redundará en la de los fieles, la adhesión al Obispo y por este al Papa, la vida de oración, la participación en la Misa y la devoción filial a la Santa Madre de Dios.
Mons. Carlos Hanlon (1935-1959)
En Febrero de 1935 es designado como Obispo de nuestra Diócesis Mons. Carlos Hanlon, nacido en el Saladillo, Provincia de Buenos Aires y miembro de la Congregación de los Padres Pasionistas, que se hace cargo en Marzo de 1935. Un verdadero hombre de Dios y de una gran amor a la Virgen, insigne pastor y celoso misionero, que hizo cuatro visitas pastorales a todas la parroquia de este extenso territorio eclesiástico ya en vehículo, ya a caballo e incluso en algunos lugares sólo a pie, padre y amigo de los sacerdotes, que supo llegar a todos, muy espiritual y de porte sencillo, y de una gran valentía y firmeza cuando se trató de defender a la Iglesia.
En sus 24 años de conducción pastoral nuestra Iglesia experimentó un gran florecimiento a la vez que tuvo que cargar con la cruz de la persecución. Bajo su guía pastoral nuestra Iglesia celebró en 1941 con brillo y solemnidad las bodas de oro de la Coronación pontificia de la imagen Virgen del Valle que constituyó en un acontecimiento no tan sólo festivo sino en un gran momento de renovación espiritual. Fue para este momento que realizaron los trabajos de las grandes pinturas que se observan en el Santuario y el templete en la Gruta de Choya. En este orden de cosas, el mismo obispo gestionó personalmente en Roma el título honorífico de Basílica Menor para su Iglesia Catedral.
Después de casi diez años de episcopado y con la mente puesta en buscar la mejor manera de alcanzar el mayor bien espiritual de los fieles a él confiados, juzgando como uno de los medios más aptos para conseguir este fin, anunció a su grey la impostergable necesidad de convocar el Primer Sínodo diocesano con el objeto de dar a la Iglesia particular una legislación diocesana propia que contemplara las necesidades peculiares y que se ajustase a las nuevas exigencias de la vida moderna. En efecto, el Sínodo Diocesano era una Asamblea de todos los sacerdotes de una Diócesis que convocados por su Obispo se reunían para analizar la vida cristiana de toda la Iglesia particular en todas su dimensiones y la de los distintos miembros, para luego dar normas claras y precisas que los ayudaran a todos según su condición a vivir mejor su condición de cristianos y miembros de la Iglesia.
No se puede dejar de mencionar en este período el florecimiento y el protagonismo que alcanzó la Acción Católica en todas sus ramas y en toda la Diócesis y que se manifestó particularmente en la defensa de la Iglesia cuando la persecución del año 1955. Fue también en esta parte de nuestra historia eclesial cuando comenzamos a contar con la Legión de María, cuyo apostolado tenaz y discreto, se extendió por todo el territorio diocesano hasta el día de hoy, con la Liga de Madres que ha sostenido la vocación y la misión de tantas madres cristianas y con el reconocimiento oficial del Apostolado de la Oración que hasta la actualidad ha promovido la participación en la tarea apostólica de muchos fieles mediante la oración y el ofrecimiento cotidiano de la vida al Corazón de Jesús. Otro aspecto que se debe destacar de este tiempo eclesial es la atención de la Iglesia a la clase obrera que tuvo su expresión concreta en los Círculos de Obreros Católicos y en la JOC ( Juventud obrera católica).
Por iniciativa del Padre verbita Eugenio Lákatos, nació en nuestra Iglesia el Movimiento Bíblico Católico que luego se extendería a muchas partes del país. En Septiembre de 1952 Mons. Hanlon bendijo y confirmó la iniciativa con un edicto pastoral en el cual establecía que en nuestra Diócesis debía celebrarse todos los años el Día Bíblico y que en el mismo todos los sacerdotes debían predicar a los fieles la importancia de la Sagrada Escritura y exhortarlos a su lectura y meditación. Este día bíblico origino luego las semanas bíblicas.
Fue en este momento de su historia en que nuestra Iglesia Diocesana se benefició de la desbordante tarea misionera del “Apóstol de los Niños”, el venerado Padre claretiano Camilo Melet: ¿
Además, durante esta etapa nuestra Diócesis se vio enriquecida con la creación de cuatro nuevas parroquias: la de Ntra. Sra. de Fátima en Fiambalá, la de Santa Rosa de Lima, San Antonio de Padua y San Roque en la Capital. Para pastorear esta última, llegaron a nuestra Diócesis los Padres Franciscanos Capuchinos. Casi al final de esta etapa la Diócesis recibió a las Hermanas de La Sagrada Familia de Nazareth que se establecieron en Belén donde vienen realizando un gran aporte a la catequesis y a la educación.
Mons. Adolfo Tortolo (1960-1963)
Nacido en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, que se hace cargo de nuestra Iglesia en Abril de ese año. Hombre espiritual y de gran lucidez intelectual, de gran apertura para tratar con todos y de todo, devoto de la Eucaristía y de la Virgen y de un profundo amor a la Iglesia.
Al comienzo mismo de su episcopado escribió una carta pastoral en la que instaba a todos los fieles a considerar la gracia especial que significaba para Catamarca la presencia de la Virgen del Valle y la misión de constituirse por esta gracia en un centro espiritual para todo el país. Su personalidad carismática le mostró a nuestra Iglesia un camino de diálogo frecuente con el mundo, con todos los ámbitos en los que se desenvuelve la vida de los hombres, con intrepidez hasta con audacia se acercaba a todos los ambientes para iluminar con su presencia y la palabra del evangelio el acontecer concreto de los fieles: bares. Calles. Plazas, canchas de futbol, oficinas y comercios fueron impregnados por la presencia y la palabra de este celoso pastor.
Su espíritu misionero lo impulsó a visitar toda la Diócesis y llegar a los lugares más remotos de nuestra geografía eclesial para confirmar a sus hijos y hermanos en la fe. Fue en la convicción del poder y de la necesidad de la misión, de ir a todos y a todos los ambientes con la luz del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia que ideó y promovió la Gran Misión de Catamarca que sólo pudo llevarse a cabo en el Valle central en 1962. Aunque él no pudo estar porque viajó a participar del Concilio Vaticano II, fueron días en que el Evangelio se predico a todos y en todas partes; sacerdotes misioneros de distintas congregaciones junto a una multitud de auxiliares misioneros laicos cumplieron al pie de la letra el mandato de Jesús:”Vayan y hagan que los hombres sean mis discípulos”.
Por esta época llegaron a la Diócesis la Hermanas Franciscanas de la Natividad que pusieron su residencia en Valle Viejo dedicándose a la ayuda catequística en al Parroquia de San Isidro y a la educación y cuidado de las jóvenes. Fue también en este tiempo que se organizó la FAC ( fraterna ayuda cristiana ) institución dedicada a la ayuda de los más pobres, simiente de lo que hoy llamamos Caritas. Fue por estos años que se inició la actividad el Movimiento Familiar Cristiano a través de una comisión promotora.
Antes de concluir ese 1962 nuestra Iglesia sufriría dos pérdidas muy dolorosas para su vida y su acción pastoral: una, la muerte repentina del Apóstol de la Prensa Mons. Arturo Melo Director de la Unión por más de veinte años, de quien podríamos decir que el Señor lo puso como una atalaya en medio de su pueblo, y la otra, el alejamiento de los Padres del Verbo Divino que durante treinta años condujeron el Seminario Regional, ellos hicieron de esa Comunidad formativa un centro de irradiación espiritual y cultural para todo el Noreste y la Patria. De su labor formativa salieron 160 sacerdotes.
Mons. Fray Pedro Alfonso Torres Farías O.P.
Oriundo de San Agustín, Calamuchita en la Provincia de Córdoba. Se haría cargo de la Diócesis en Marzo de 1963 y conduciría a nuestra Iglesia por un poco más de 25 años. Pastor prudente y sencillo, de fe profunda, de pocas palabras y de inteligencia práctica muy sagaz. También fue este un Obispo que se preocupó de visitar con espíritu misionero los lugares más alejados de la sede episcopal y participar de las necesites espirituales y materiales de sus feligreses.
En este período, los Padres lourdistas se hicieron cargo de la Parroquia de Ntra. Sra. del Rosario de Ambato y los Padres Franciscanos tomaron la Parroquia de San José del Dpto. Fray Mamerto Esquiú y en 1967, dejaron de pertenecer a nuestra Diócesis los Departamentos de Antofagasta de la Sierra y Santa María que empezaron a formar parte de la Prelatura de Cafayate. Fueron creadas la Parroquias de San José Obrero , Jesús Niño, y del Inmaculado Corazón de María.
A Don Torres Farías le tocó poner a nuestra Iglesia, en su vida interna y en su acción pastoral, en la sintonía de renovación que el Concilio Vaticano II le imprimió a toda la Iglesia Católica. Con esa finalidad se propuso la formación de los Organismos de comunión y participación que le ayudaran al Obispo a realizar una acción pastoral orgánica y organizada. Poco a poco va apareciendo la constitución del Consejo Presbiteral, el Consejo Diocesano de Pastoral y el Colegio de Consultores. Para ajustar la vida litúrgica y la catequesis a las enseñanzas del Concilio se promueven cursos y encuentros que desembocarán en la Comisión Diocesana de Liturgia, en la Junta de Catequesis y en el Seminario de Catequesis. Esto produjo, por una parte, que nuestra comunidad eclesial pudiera tener acceso a una participación más activa, fructuosa y consciente en la celebración de los Sacramentos , especialmente en la Eucaristía, y por otra, que la preparación catequística para la Reconciliación, Comunión y Confirmación se estructurara en cuatro años con una inserción cada vez más numerosa de los laicos.
La gran preocupación del Obispo por la Educación se cristalizará en la creación de centros educativos católicos diocesanos: el Colegio Inmaculada Concepción de Recreo, el Clorinda Orellana Herrera de Chumbicha, el Instituto Nuestra Señora del Valle al que asistirán los seminaristas y alumnos externos, los Institutos Terciarios, Fray Mamerto Esquiú y el San Pío X y la Junta Diocesana de Educación.
Otro aspecto significativo de este momento eclesial fue el esfuerzo constante por mantener el Seminario Diocesano que se dedicaría a formar a aquellos jóvenes que manifestaban una incipiente vocación sacerdotal. Contra viento y marea Don Torres Farías sostuvo el Seminario Menor con la firme convicción de que era un semillero seguro de sacerdotes.
Durante su gestión nuestra Iglesia Diocesana se vio enriquecida por la presencia de los sacerdotes de la Orden de los Predicadores que condujeron por varios años las Parroquias de San Roque en la Paz el Colegio Inmaculada Concepción de Recreo y la de Ntra. Señora del Rosario en Paclín y por la llegada de los Padres Oblatos de María Virgen que se hicieron cargo de la Parroquia de Ntra. Sra. Fátima en Fiambalá. Con el fin de procurar una atención más constante de los fieles del norte de Belén creó la Parroquia de Ntra. Sra. del Rosario en Hualfín. Su gran confianza en el poder de la oración lo impulso a procurar el establecimiento en nuestra Diócesis de las Monjas dominicas de Clausura que se concretó en 1979. Ellas, con su vida oculta de oración y penitencia, sostienen cotidianamente la vida y acción de nuestra Iglesia diocesana. Cuántas gracias nos consiguen y de cuántos males nos libran.
Promovió por todos los medios posibles la formación y participación de los mismos en la vida y misión de la Iglesia. En esa línea promovió la formación en nuestra Iglesia de Movimientos apostólicos como Cursillos de Cristiandad, Palestra, Focolares, consolidó al Movimiento Familiar Cristiano y la Acción Católica y autorizó la creación de la Institución Orientación para la Joven que ofrece vivienda, contención y formación a las jóvenes alejadas de su familia por estudio o trabajo.
Una nota particular del apostolado laical en este tiempo fue la multiplicación de los grupos juveniles católicos que ofrecían formación y participación activa en la vida eclesial y que tenían generalmente a las parroquias como su cuna. Esto condujo a la creación de la Coordinadora de los Grupos Juveniles que contribuyó en gran medida a promover, sostener y organizar las pastoral de Juventud en toda la Diócesis.
Al acercarse el V Centenario de la Evangelización en América el Obispo puso a toda nuestra Iglesia en estado de misión con la realización de la Misión Mariana. Si la gran Misión de Catamarca en 1962 había tenido como protagonistas principales a los sacerdotes, esta los tendría a los laicos. En ese contexto y en el del Año Internacional Mariano en 1988 dispuso la primera visita de la imagen auténtica de la Virgen del Valle a todas las Parroquias de la Diócesis. ¿Cómo describir, cómo medir, como valorar en su justa medida lo que esto significó para la vida de nuestra Iglesia particular? La memoria de los protagonistas, tiene la palabra.
En esta época nuestra Comunidad eclesial recibió a las Hermanas de la Fraternidad Eclesial Franciscana que atendieron por mucho tiempo la Casa de Emaús y ayudan en la acción pastoral en la Parroquia de San José Obrero.
Monseñor Elmer Miani
Designado como Obispo de esta Diócesis en Diciembre de 1989, se hizo cargo de la misma en Marzo de 1990.
A poco tiempo del inicio del gobierno pastoral, la Iglesia de Catamarca se dispuso con todo a la celebración del Centenario de la Coronación Pontificia de la Imagen de la Virgen, que tuvo como broche de oro la Carta del Santo Padre Juan Pablo II a nuestra Iglesia y con la presencia de todo el Episcopado Argentino en el último día de la Fiesta, y la posterior Asamblea de la Conferencia Episcopal Argentina en nuestra Ciudad Capital.
Durante su gestión como Obispo, se buscó afianzar el Consejo Presbiteral, Consejo Diocesano de Pastoral, el Colegio de Consultores, el Consejo Diocesano de Asuntos Económicos y los Equipos y Juntas Diocesanos que tienen que ver Caritas, con las Misiones, con la Catequesis, con la Educación, con la Pastoral de Juventud, con el apostolado de los Movimientos e Instituciones laicales, con la Pastoral familiar.
Con este propósito se llevaron a cabo los Encuentros de laicos que desembocaron en el Congreso de laicos que ciertamente constituyó una toma de conciencia de la madurez a la que habían llegado en la visión de la Iglesia y de su compromiso con la misma.
Asimismo, nuevos Movimientos e instituciones se han establecido en nuestra Iglesia: La Renovación Carismática Católica, Eslabón, Comunidad de Convivencia, Servidores Marianos, Movimiento de la Palabra, F.A.S.T.A , Movimiento de Acampadas Policiales y la Terciaria Orden Dominica.
Desde 1991 El Obispo Miani se empeñó en que la Catequesis presacramental asumiera la forma de Catequesis familiar, hemos avanzado pero todavía nos falta mucho por caminar.
En 1995 se celebró el año Mariano Diocesano que culminó con la celebración de los 300 años del traslado de la Imagen de Nuestra Señora del Valle desde a Valle Viejo a San Fernando del Valle
Otro acontecimiento para el cual se puso en movimiento toda la comunidad eclesial ha sido la celebración del Segundo Sínodo Diocesano, cuyo eje temático fue “La Familia, Formadora de personas y servidora de la sociedad” tuvo la particularidad de la participación destacada de los laicos.
Al Comenzar el Nuevo Milenio, el Papa Juan II exhortó a toda la Iglesia a que en espíritu de comunión y participación encaráramos “el comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria”. Esto nos impulsó a la realización de las Asambleas Diocesanas de Pastoral que permitieron elaborar un Plan Diocesano de Pastoral.
Otra dimensión de nuestra acción pastoral en la cual se creció, y que ha jugado un papel muy importante en la ayuda a los necesitados en la crisis del 2001-2003 ha sido la Junta Diocesana de Caritas. En ese marco, la Iglesia de Catamarca se involucró fuertemente en los problemas sociales, como fue la convocatoria a la mesa del diálogo con los distintos sectores de la vida social y con el Estado.
Otra riqueza para nuestra vida eclesial ha sido la creación de la Parroquias de San Pío Décimo y de la Santa Cruz y las Cuasi parroquia de San Nicolás de Bari y de San Jorge en la Capital, y la creación del Colegio Juan Pablo II en la Capital y del Colegio Ntra. Sra. de Guadalupe en Valle Viejo.